La primera
revelación estuvo personificada por Moisés. La segunda por Cristo. La tercera,
por nadie en especial. Las dos primeras son individuales, la tercera es
colectiva, y ésta es una característica esencial de gran importancia. Es colectiva
porque no se hizo a nadie en particular, no hay un profeta exclusivo. La
revelación fue hecha simultáneamente en infinidad de lugares, a millones de
personas de diferentes edades y posición social, sin excluir al humilde ni al
poderoso y conforme con la profecía del autor de los Hechos de los Apóstoles,
2:17:
Y en los
postreros días, dice Dios,
Derramaré
de mi espíritu sobre toda carne,
Y
vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán,
Vuestros
jóvenes verán visiones,
Y
vuestros ancianos soñarán sueños.
Para poder
oficiar un día de lazo de unión de todos, la revelación no surgió de ningún
culto en especial En el gran movimiento de ideas que se prepara mediante el
Espiritismo, y que ya se comienza a operar, nuestro papel personal es el del
observador atento que estudia los hechos para encontrar la causa y sacar
conclusiones. Hemos confrontado todo el material que pudimos reunir, hemos
comparado y comentado las instrucciones dadas por los espíritus en diferentes
lugares del planeta, y, finalmente, coordinamos metódicamente la totalidad de
los hechos. Resumiendo, estudiamos y revelamos al público el fruto de nuestras
investigaciones, sin atribuir a nuestros trabajos otro valor que el de una obra
filosófica, producto de la observación y de la experiencia, sin considerarnos
líderes del movimiento y sin pretender imponer nuestras ideas a nadie. Al
publicarlas, hemos hecho uso de un derecho común. Quienes las han aceptado lo
han hecho libremente. Si estas ideas encontraron numerosos adeptos es, sin
duda, porque responden a las esperanzas de muchos, pero no por ello nos
envanecemos, ya que el origen de la Doctrina no nos pertenece. La perseverancia
y la devoción a la causa que hemos abrazado son nuestros únicos méritos. Hemos
actuando como lo hubieran hecho otros, razón por la cual jamás pretendimos
jugar al profeta o al mesías, y menos aún, considerarnos tales.
[Nota. de
Allan Kardec.]
(Tomado del
libro el génesis las profecías y los milagros de Jesús) de ALLAN KARDEC
(www.espiritismo.cc)
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